7.3.11

Salía a caminar un poco, me lo había recomendado el doctor para la cosa de los pulmones. Agarraba para el lado del campito, apenas en fin de semana, las canchas llenas de chiquilines y padres. Era como si italia o españa estuvieran a la vuelta de la esquina, como si una patada fuera la diferencia entre bellavista y el barza, de gusto. Los gritos pedían a llantos el gol, la expulsión, el brillo. Había leído puntero izquierdo, dado vueltas a un rectángulo de pasto con los zapatos llenos de verde y creído por un rato. Soñar es cosa de grandes, el nene y la pelota, desde chiquito… trabajarlo desde chiquito.

¿Qué sentido tiene contar esto? Le doy vueltas al recuerdo y vuelvo al penal, la roja obligada, sentencia a priori. El pateador se revuelca en el piso. Nadie se adelanta a pedir el riesgoso honor. Los padres en gritos coléricos alaban su semen y la progenie a pesar de madre, capaz. El entrenador piensa y decide decidir lo mejor y se demora buscando el papel que se voló distraído. Los padres, en impaciencia destilada, invaden el campo y a las protestas del juez corren hacia sus retoños de oro. Te toca a vos, dale. Se escuchan y dicen no escuches, vos sos. Se escuchan y desmienten igualitos, no, sos vos. Se escuchan y saltan diciendo no es verdad, y lloran en el vuelo breve al cuello o la cara del puño apretado en el miedo… sos vos. El juez dice que se acabó y un golpe le entra en la boca el silbato. La lluvia quiere zanjar el día pero solo los chiquilines escuchan que se van sacando la camiseta, de camino al auto. ¿Alguno dirá, dejá, papá, vamos?