6.2.12

Lema

Lema es el nombre de mi araña mascota. Lema es de una especie muy rara. Sus patas son velludas y es de un color marrón claro con diminutas pintitas negras sobre el lomo. Su cuerpo debe de tener más o menos el mismo largo que mi pulgar. Puede ser que no haya nada de extraño en tener una araña mascota, pero puede ser que si lo haya si cuento que Lema es supervenenosa.

Su mordida, porque las arañas no pican sino muerden con sus dientes por donde segregan su veneno, puede matar a un animal pequeño, y en repetidas veces a un humano adulto. Su antiguo dueño me la entrego en el lecho de muerte luego de un accidente. “Toma, me dijo, cuida a Lema. Le caes bien, estoy seguro que se portará bien y te hará caso.” Yo ya conocía a Lema y la forma que debía tratarla. Al llegar a casa ese día la lleve hasta una pecera vacía de los antiguos dueños de la casa, y con mucho cuidado la solté dentro. Lo usual es decorar este tipo de prisiones con ramas piedritas y otras cosas, pero el antiguo dueño de Lema me había explicado que esta especie prefiere los lugares vacíos. Por una deformación en la vista, una especie de astigmatismo avanzado dijo él, pueden percibir el vidrio y verlo como una pared semitransparente, por tanto nunca le iba a pasar como a los pájaros que se dan miles de veces la cabeza contra un vidrio muy limpio tratando de atravesar lo que les parece vacío. Algo realmente muy raro de lo que nunca había escuchado.

Guardé el frasquito de boca ancha en que Lema usualmente viajaba y me dediqué a observarla. No quise tapar la pecera por miedo a que se ahogara, aparte de que según tenía entendido Lema nunca se escapaba. Para almorzar le llevé algunas de las moscas de la reserva que había encontrado junto a su frasco. Después de que se alimentara, lo cual tomó algunas horas, decidí probar una de las cosas que más me habían fascinado cuando recién conocí a Lema. Buscando en algunos cajones encontré un viejo guante de goma y me lo puse. Nervioso aunque bastante seguro de lo que hacía metí mi mano en la pecera y la baje lentamente. Lema me observaba atenta, se acerco un poco y luego retrocedió. Una de sus patas se estiro hasta casi tocar la superficie del guante. Silbé muy bajo, tanto como pude, y pareció que ella entendió porque ante mi alegría ella se acostó lentamente sobre su lomo, dejando su peluda panza hacia arriba, entre las pataditas de sus ocho extremidades. La similitud inasimilable con un cachorrito nunca dejó de asombrarme. Muy lentamente y con absoluto cuidado acaricié una, dos veces su panza. En el juego ella se tendió un poco hacia delante y trató de morderme inocentemente.

Los dientes atravesaron apenas el guante y sentí el levísimo dolor que enseguida se apagó. Parte del veneno consta de una especie de anestesia para que la victima no pueda estar segura de dónde fue, o incluso si realmente sucedió, la mordida. Rápido saqué la mano de la pecera y del guante y traté de ver cuan grave había sido. Apenas dos minúsculas pintitas de sangre se podían ver en mi dedo, tan pequeñas que se confundían. Enseguida sentí un mareo, y la sensación febril. El dueño de Lema me había contado sobre esto también. En realidad era muy fácil, si en seis minutos mi dedo no quedaba negro y sin vida entonces sobreviviría. El tipo de veneno de Lema era tan especial como eso y no existía más que un antídoto conocido: suerte. Puede parecer muy dramático lo que cuento, y la tranquilidad con la que me senté a esperar los seis minutos, pero en ese entonces era apenas un chico y la muerte, si bien atemorizante, no parecía una realidad posible. Lema, de alguna manera, se dio cuenta que había hecho algo que no debía y se acerco un poco al vidrio y comenzó a refregarse lastimeramente en lo que resultó el pedir perdón más conmovedor que he conocido.

A los dos minutos, reloj en mano, me desmayé. Al día siguiente me desperté empapado en sudor, con un dolor de cabeza que no tenía nombre pero vivo. Mi dedo tenía un color casi rojo pero podía moverlo sin casi esfuerzo. Doce horas después estaba vivo.

Lema entretanto había hecho su primera telaraña en su nueva casa. Estuve triste un rato por haberme perdido ese hecho pero pronto el asombro ante la complejidad y hermosura de la obra de Lema me distrajeron.


*  *  *

Ha pasado un año y tengo buenas noticias: Lema a dado a luz a muchas crías. Desde la última vez que les conté mucho ha sucedido. Lema se escapó algunas veces. La última mordió al tonto del cachorro del vecino que murió. Digo tonto porque ya conocía a Lema pero parece que no la reconoció y la atacó, Lema rápida como solo ella puede serlo se trepó a su cuello y le dio varias mordidas. El pobre cachorro nunca tuvo una oportunidad. A partir de eso tuve que empezar a usar la tapa de la pecera. Sé que Lema no lastimaría nadie pero me obligaron a hacerlo. Cada tanto Lema se acercaba al borde y sacaba una de sus patitas, era su manera de saludarme. Luego se metía de nuevo hacia adentro a trabajar en su tela. Como la pecera casi siempre está cerrada ahora he tenido que volver a alimentar a Lema con moscas que cazó de distintos lugares. Antes era mejor para ella, ya que al estar abierto las moscas y mosquitos se metían y quedaban atrapados en la tela. Me imagino que le gustaba más ser ella la que se proporcionaba su propia comida. Es que es un poco orgullosa Lema.

Como contaba Lema ha dado a luz a un millón de arañitas (puede que sean menos pero es casi imposible contarlas mientras se mueven rapidísimo). No entiendo como Lema se ha podido embarazar si no debería haber ningún araño como ella en el país, ya no digamos en la ciudad. Igual estoy muy contento por Lema. Las arañitas se le parecen aunque tienen un color mucho más oscuro, seguramente sea porque son recién nacidas. Lema parece cansada y se queda en su rincón preferido, no es para menos, menuda cantidad de arañitas que han salido, aún siendo de huevos si que debe de ser trabajo cuidarlas. Ya sé. Hoy le daré una de sus moscas favoritas.


*  *  *

Estoy asustado. Por primera vez desde que Lema entró a casa estoy realmente asustado. No es ella, no, ahora apenas se mueve, aunque mantiene el cariño de siempre. Son sus crías las que me preocupan. Hace unos días estaba alimentándolas usando el guante reforzado especialmente cuando comenzaron a treparme por los dedos y a subir por la manga. Pegué un grito y tiré el guante con miedo, que cayó dentro de la pecera. En menos de un instante miles de arañitas lo habían tomado, imposible recuperarlo. No se que hacer, además estoy seguro que la forma de trepar de las arañitas no era la misma que la de Lema, fue como si buscaran llegar hasta lo más profundo de mí, como si, de poder, me quisieran matar. No entiendo como pueden ser hijas de Lema, no lo entiendo.

*  *  * 

Hoy mi miedo ha aumentado. He descubierto algunas arañitas escapando de la pecera. Han usado las telas de Lema para subir, ya que ellas aún son muy jóvenes para tejer, y se han deslizado por la abertura del vidrio. De casualidad las he visto y no he sabido que hacer. Al final, con una enorme lástima las aplaste cuando ya llegaban en su carrera loca al borde de la mesa. Puedo jurar que la colonia de arañitas se ha inquietado mucho con esto, sus vueltas se han multiplicado y también la velocidad. Algunas incluso han comenzado a trepar, casi furiosas diría. He corrido a la cocina y con pegamento he repasado los bordes del vidrío sellando tan bien como he podido las aberturas. Vigilante esperé a que secara viendo como las más atrevidas quedaban detenidas en el pegamento y de a poco se convertían en parte del muro. Las otras retrocedieron finalmente, luego de comprobar varias veces qué era aquella nueva barrera. He logrado contenerlas pero Lema sigue dentro.


*  *  *

Hoy, mientras limpiaba, he encontrado el secreto del origen de las crías de Lema. Una araña negra, del tamaño más o menos de Lema, muerta. Mirándola bien parecía una versión más grande de las arañitas que daban vueltas en la pecera. Fijándome mucho en sus rasgos la busqué en los libros sobre arañas que me había comprado y pocas veces había abierto en una pagina que no fuera la que tenía fotos de la especie de Lema. Era una especie poco habitual, igual que la de Lema, con sólo un nombre muy complicado de esos largos y llenos de emes, eres y eses todas juntas, que no entendí. Lo que si entendí era que esa especie sustituía los huevos de otras arañas, durante el sueños de estas, con los propios. Había escuchado sobre animales que hacían lo mismo, como pájaros por ejemplo, pero nunca pensé en que también las arañas tuvieran su equivalente. Leí que también la madre verdadera al plantar sus huevos esparcía un particular veneno que poco a poco acababa con las fuerzas de la madre sustituta. Así que eso era lo que le pasaba a Lema. Por eso ya no se movía. Apenas una de sus patitas dejaba saber que todavía estaba viva... También en este libro me enteré del secreto de la sobrevivencia de las arañitas sin alimento, pues, desde el apurado sellar de la tapa, no había vuelto a meter nada comestible para ellas, o para Lema, dentro.

Al parecer el veneno paralizante de la verdadera madre cumplía dos funciones: por un lado evitar que la madre sustituta, dándose cuenta del engaño, la emprendiera contra las crías, y segundo, lo más terrible, para que las pequeñas, a falta de otra cosa, se pudieran alimentar de ella. El asco me obligó a soltar el libro y una mirada de odio sin nombre arrebató mis ojos y mi mente. Se estaban comiendo a Lema. Mirando con mucha atención me di cuenta del estratagema que usaban para que yo no me hubiera dado cuenta hasta ahora. Mientras que las demás corrían de un lado al otro y trepaban a lo alto de las telas de Lema, sólo un pequeño grupo, minúsculo en comparación, se dirigía hacia el rincón donde ella estaba. Allí permanecían un rato largo, casi escondidas entre el pelaje de Lema, moviéndose apenas, ahora lo sabía, alimentándose de su cuerpo. De nuevo ese asco, esa nausea, ese miedo. Ese miedo.
 

*  *  *

Tengo la decisión tomada. Si algo me detiene es el hecho de que Lema aún viva. Lo demás está pronto. El fumigador está cargado con el veneno y solo unas pocas vueltas y el fuelle comenzará a soltar el vapor verdoso. Las arañas han comenzado una nueva rutina, tal vez presintiendo lo inminente. Ya no tratan de disimular el estar ingiriendo viva a su supuesta madre y son miles a un tiempo las arañas que ya han crecido un poco que se pasean sin miramientos por el cuerpo de Lema. Hay horas a las que es difícil saber si aún está ahí o no, tapada por las oleadas de patas y cuerpos. El resto, es decir las que antes disimulaban para distraerme, ahora trabajan solo descansando para ir a comer un pedazo de Lema, trabajan royendo lentamente, de alguna manera, con sus dientes, con sus patas, el pegamento de los bordes. Es un trabajo de hormiga pero ellas son suficientes para lograrlo. Lema nunca lo habría intentado, y aún si lo hubiera hecho siempre hubiera muerto lejos de lograrlo. Con ellas era diferente, me aterraba la perspectiva de los miles de arañas de repente sueltas por todos lados, sin limites ni miedos, una noche sin aviso, rebuscando entre mi cadáver envenenado por los miles de mordidas, un sueño al otro, una pesadilla que me atormentaba en las noches. Una pesadilla que me hacía levantar y encender la luz y vigilar el progreso de la obra de los bichos que ya ni disimulaban al verme frente a ellas, sino que más bien parecían renovar su ahínco, como si la vista del enemigo, del carcelero, las revitalizará. Esas noches no podía dejar de pensar, Lema: su patita que se mueve es lo único que me detiene, lo único.

*  *  *

Con tristeza admito que hoy ha sido mi último desengaño. Lema está muerta. Su patita aún se mueve pero ya puedo decir que está muerta. También que así lo ha estado desde por lo menos varios días si es que no semanas. Ya se pueden ver las arañitas crecidas que seguramente han estado mordiendo desde hace mucho tiempo la patita de Lema, produciendo ese vaivén pesadamente sombrío que confundí mucho tiempo con vida. Siempre me habitará la duda de si fue simple coincidencia que yo viera vida en la señal más clara de la desgracia y la muerte de Lema o si todo fue parte del juego macabro de esos seres. En todo caso todo termina hoy. Ahora. Con un estilete rompo un poco la fina capa de pegamento que queda por el lugar donde ahora no hay ninguno de ellos trabajando e introduzco veloz la punta del cañito, antes de darles tiempo a nada. Dos vueltas o tres y el vapor comienza a inundar la pecera. En un ultimo intento trepan al borde y buscan la fuente del vapor. Algunas incluso llegan al tubo y se meten en él. Avanzan hasta casi la mitad antes de caer muertas, hechas pequeños puntos que se balancean apenas. Hasta el final parecieron listas para salir, para invadirlo todo. Las que aún comían, inmutables ante el humo que las envolvía, cayeron al fin, seguramente sin nunca saciarse y supe, en lo profundo, que Lema finalmente podría descansar.

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