31.1.13


Volví de la noche, de la serie de promesas encendidas que en algunas horas no recordaré o me atormentaran con el paso de los días como ideas minusválidas que siempre quedan al final de la lista de urgencias diarias. Volví del encuentro con el tiempo, la rueda dentada de la soledad de mirar mi futuro mientras la conversación deriva en alguna dirección que no sigo porque se me ancla, nubla la vista en el porvenir y un codazo distraído o lleno de intención es lo que me devuelve al chiste actual al comentario de mirá sin disimulo mirar... No entiendo a qué volví, por qué no me quedé algunas horas más empapelándome de alcohol y subiéndome y bajándome de los cordones mientras los demás hablan todavía de alguna cosa. Caras nuevas y caras familiares de familiares que llevo largo tiempo sin ver, sin trastocar mi concepto de mundo un rato para hablar del clima o alguna cosa no muy política, no muy política, eso hace mal. Y entonces vuelvo a las promesas, a esos libros artículos links que nunca pasaré, que son el cierre ideal de un tema, incluso repetirlo mañana sin falta te lo mando como forma de dejar en claro que eso nunca va a pasar.

Por eso la llamada dos días después no es rara solo, anacrónica incluso, en un mundo donde nadie cree en cumplir. Te conseguí el número y una parrafada de indicaciones inconexas, sin sustancia, sin sustanciarse en una razón que la cerveza no borrara la noche, hoy tal vez, es todo tan confuso cuando vuelvo y tengo los bolsillos llenos de borrachera y olvidos, sencillos repertorios de cosas que no hice, no dije pero
ahora llevo a cuestas...