21.8.14

Anatomía de un suceso

La magnitud solo se puede medir en la alteración de las rutinas. Cada oferta de quebrantar los habituales solo parece acrecentar el estado de desesperación. Si todo estuviera bien –el teléfono en mano como el cuerpo de un mensajero moribundo con él cuál no se sabe qué hacer– nadie ofrecería tanto, no habría necesidad, necesidades. La plata y el bolsillo vacío y revisar los rincones, prestar lo más preciado para salvaguardar esos viajes a los infiernos de dudas y pura soledad. Aún rodeado, asedios de otros, uno, una, unos se sienten solos, abandonados entre las olas y las calamidades del mundo viendo a un marino más emprender sus viajes sin retorno. Odiar las salas de espera, funerarias de ocasión y brevemente gratuitas hasta que empiezan a ticketar nuestras dolencias, nuestras ya, aunque lo único agónico en uno, una, unos sea la angustia de ir perdiendo por adelantado recuerdos y memorias. Ir planificando y descartando la historia para mejor contarla a los pañuelos solícitos –tal vez no otro día u otros deudos pero sí– hoy, esos hoy, tan tenues como líneas de sombra para otros, otras, algunos que ya parten.