Recolectar mis comienzos. Acumular lo indefinido. Dos arañazos sobre la pantalla, simetría imperfecta en la superposición gris. Saludos duplicados en cada pestaña, dos, cuatro, seis, ocho, diez, veinte. Veces de silencio, de espera, sin vos. Hace tantos minutos, tantas horas desde que afirma que 1 minuto atrás estabas –¿debería acordarme que miente?–. Emprendo la matemática salvaje sobre tu agenda, sobre tus palabras, sobre los datos y los delirios, ¿dónde estás? Arrastro la mano anémica sobre tu foto, como una caricia sin paz y violenta, atrevida y despreciable, lo que los buenos nunca confesarían, dejarían oculto tras una cortina de indiferencia. Queda compartir sin otro criterio más allá de promover tu ausencia. Todo lo que no seas, todo lo que no puedas ser, mierdas y más mierdas que saturen el feed y me vayan haciendo quedar atrás en tus caminos algorítmicos, que tu ángel digital y el mío se enemisten en proverbial confrontación titánica –¿qué otra cosa podríamos ser en nuestra propia historia?–, disociación de gustos y afinidades, opciones morales y éticas, adorar al demonio y votar a la derecha con tal de ya no estar.
Despreciar mi prosa pausada y caústica por los garrulianos consortes de las estrellas, los metafísicos popes y las cadenas que condenan en sus eslabones más débiles. Sufragar en el constante flujo de los trending topics menos nuestros, nada de ciencia ni cultura ni arte ni snobs ni geeks ni nerds ni libros ni juegos ni pensar. Hacernos cada vez más lejos, más distintos, ir asumiendo estas nuevas pieles sin fotogenia y amigarme por despecho con mi propia cara, con mi cuerpo ensamblado en base a tomas laterales, cambiar de carrera y de sueños. Mentirle a la pantalla cada vez que me pregunte si seguimos siendo amigos, si seguimos compartiendo el mismo murito privado, el revoque suelto de las peleas de mentira y tirarnos curiosidades incatalogables frente a un mundo cerrado a las espaldas de unos pocos en verdad cercanos (todavía tenemos pendientes dividir los bienes raíces de esos adictos me gusta).
El tiempo de perdonar la indiscreción de un desencuentro tangible es un loop perfecto, un círuclo infinito mientras duren nuestros avatares de perfil.
Despreciar mi prosa pausada y caústica por los garrulianos consortes de las estrellas, los metafísicos popes y las cadenas que condenan en sus eslabones más débiles. Sufragar en el constante flujo de los trending topics menos nuestros, nada de ciencia ni cultura ni arte ni snobs ni geeks ni nerds ni libros ni juegos ni pensar. Hacernos cada vez más lejos, más distintos, ir asumiendo estas nuevas pieles sin fotogenia y amigarme por despecho con mi propia cara, con mi cuerpo ensamblado en base a tomas laterales, cambiar de carrera y de sueños. Mentirle a la pantalla cada vez que me pregunte si seguimos siendo amigos, si seguimos compartiendo el mismo murito privado, el revoque suelto de las peleas de mentira y tirarnos curiosidades incatalogables frente a un mundo cerrado a las espaldas de unos pocos en verdad cercanos (todavía tenemos pendientes dividir los bienes raíces de esos adictos me gusta).
El tiempo de perdonar la indiscreción de un desencuentro tangible es un loop perfecto, un círuclo infinito mientras duren nuestros avatares de perfil.