La noche tendida todo a lo largo en la sala que no estuvo, como agarrando con sus manos las patas de las sillas llenas de pies de negro. Siempre el ruido de vasos y platos y velas. Siempre el ruido que no dejaba pensar. La e sellada en los labios. La o gigante cerrada y abierta en una última palabra. Occiso, ocaso.
El dolor profundo y agónico de diecisiete meses de morirse. De estar muerto, y de morirse de a ratos. De saludar con palabras a la posteridad un silencio de siglos.
Desamoblamos parte de tu alma en vida, pero los restos en el vaso y la pipa, se fueron contigo, afortunados.
Ayer me di cuenta que seguías ahí. Que seguías en el instante detenido, leyendo a Erle Stanley Gardner Sleepers... y escribiendo algo en papeles. Que tu escritorio estaba como siempre saturado de ti, de tus manías y precavidas maneras. Que todavía eras bastante de lo escrito entre esas cuatro paredes.
Y te extrañé-
Y te lloré-
Abuelo.
1 comment:
me emocionó muchísimo.
Qué lindo escrito.
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