22.12.10

Tan hermoso, tan hermoso. Mis labios apenas, apenas de carne pulposa. Mis cabellos, apenas largos, apenas para jugar con ellos. Mis dientes, siquiera para golpearlos con la uña llena de impaciencia. Mis ojos hundidos en sus cavidades como en tumbas de un color demasiado apagado, demasiado tenue. Mis manos venosas y frágiles entre mis dedos llenos de huesos que sobresalen. Mi pronóstico de suelos germinados en base a mutilados espejos y deudas vírgenes. Mi novela, nada más. Mi noche en esas campanadas que sobresaltan mi disfrute de recorrer con las yemas las palmas, de erotizar mis dedos germinantes en minúsculos fetiches de placer. Ya casi estamos ahí. Ya revivo la puerta de vidrios enjaulados entre hierro y madera. La cerradura reforzada, la llave llena de perforaciones, combinación. Sigo caminando en silencio, cada tanto llevo también el dedo hacia la boca, tentando restos de comida de la noche y provocando el interior del labio que aúlla sensible. La respiración se agita cuando dislocado el dedo se avecina de nuevo al huequito de la muñeca. Mil sensaciones. Las campanadas terminan cuando llegamos a la puerta. Otro juego de pasos se detiene al mismo tiempo. Todo lo que he logrado contener hasta ahora se desborda. Con locura busco en el bolsillo la solución a la escena. Sin necesidad de mirar sé que el otro juego de pasos también hace lo mismo, con el mismo ahínco, con la misma desesperación que yo. Vivir o morir. Al fin encuentro el destello del cuchillo que en la garganta, apenas, apenas deliciosa, se apoya.

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