4.1.11

¿Qué decís, papá?

El viejo estudió los límites del latín durante años, tantos que finalmente no tuvo más opción que confundir los dos mundos, diluir las dos culturas en una y rendir su lengua materna en esa lengua neonata. Primero fueron unos pocos términos, conceptos más amplios y antiguos de lo que las palabras podían contener. Abolir su historia, refugiarse en el origen caprichoso al que lo remitían los sabios era un gesto esperanzado en la capacidad de decir, de finalmente significar.  En realidad aquello probó ser inalcanzable. Aún con esas palabras que parecían murmullos o errores, trastabillar de la lengua, el sentido permanecía entre sombras, oculto y difuso, como si decir no pudiera ser otra cosa que tender un denso manto sobre cada idea. La familia al principio no hizo otra cosa que normalizar, formalizar cada anomalía de lengua. Las palabras se volvieron definitivamente ambivalentes. En cada oración sus hijos leían una idea moderna en lo que era en realidad absoluto arcaísmo, conservadurismo a ultranza. Humanidad: gesto insignificante, desprecio contumaz a toda institución que no fuera palabra. Cuando los hijos comprendieron lo que sucedía recurrieron a profesores, colegas, que conocían la lengua en la que había decantado el habla del viejo.

Era tarde. En la soledad de su locura el hombre había aprendido por qué una lengua era muerta. La imposibilidad de insertar en un universo de signos y sentidos, de aclarar en base a esa noche más profunda que era nueva lengua, lo fue llevando a los límites de la insania, de la afasia. Formular una idea era la tarea de un titán que se levantaba contra un logos desafiante. Decir era sentido, asegurar, miedo a negar. No había novedad en sus preocupaciones, y saber eso no servía de nada. El final de la palabra, el silencio multiforme, era una escapatoria valida, así que legó en esta el resto de su mente. Al final, cuando su vida escapaba en las ganas de decir, cuando profesores de todas las lenguas conocidas trataban compulsivamente de comunicarse con él, él negaba sistemáticamente entender. En su summum pudo apagar la mente, desmontar la lengua y dejar de pensar. Su muerte no fue mucho después, si acaso reafirmando aquello que une habla y vida.

No comments: