9.2.12

Esmerarse más

Sentábamos en el pasillo, frente a la puerta de entrada. Mamá miraba la pared todavía con la misma cara de una hora atrás cuando salimos a escuchar sobre papá que movía apenas el pie desde una rendija de la puerta entornada. 

Quise pensar que podía ayudar a papá. Que podía ceñirme una espada y correr adonde un hombre de bata blanca me hiciera chiquita para que papá me tragara en la sopa. Adentro me aliaría a los glóbulos blancos que tendrían nombres divertidos y vestirían como caballeros. Me explicarían que algo estaba mal, muy mal, y que necesitaban mi ayuda. Partiría en una búsqueda rara, a lo profundo de papá, viviendo aventuras y peligros, siempre segura de que si lo intentaba con suficiente fuerza finalmente lo lograría: él se pondría bien y cumpliría su promesa. 

Pensaba cada tramo con esmero, segura de que si olvidaba algo, el más mínimo detalle, todo habría sido para nada, papá seguiría igual. Elegía con cuidado mis compañeros de aventura, daba fuerzas a los obstáculos, sabiendo que cuanto más fuertes y difíciles, una vez vencidos, papá estaría mejor, más cerca de curarse. El jefe enemigo sería el más grande y más feo y más fuerte, pero yo ya tendría mi arma secreta. Un largo asedio para luego dos golpes y caería derrotado. “Tenés que irte” dijo mamá escapando de la pared que parecía haberla hipnotizado. 

Cuando pasé la puerta sonó el celular. Estaban los resultados. Me faltaban dos materias para recibirme.

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